En el final de mi adolescencia, sufrí la mayor pérdida que he tenido hasta ahora al marcharse mi abuelo tras luchar duramente contra la enfermedad. En aquellos momentos, recuerdo sentir un dolor incomparable a cualquier otra cosa que pueda recordar.
No solo era mi abuelo; sino que era una de las personas más importantes para mí. Una de las personas con la que más tiempo había pasado, y cuyas enseñanzas habían forjado una gran parte mi ser.
Recuerdo muchos de sus discursos y consejos como si fuera ayer, cuando me llamaba “Agustinillo” con su acento extremeño, y no le puedo tener más presente en mis días.
Recuerdo también que mi abuela, a la que pienso llamar cuando termine de escribir estas líneas, se sumió en un profundo estado de pena y dolor tras su marcha, pues aún a pesar de haber estado toda una vida juntos y haber sido su único hombre, aún seguía locamente enamorada de su Agustín. Comenzó a vestir de luto y se apartó prácticamente de la vida.
Recuerdo sus respuestas al hablar con ella para ayudarla a recuperar las ganas de vivir. Los motivos subyacentes a esa manera de afrontar la pérdida de mi abuelo apuntaban a una tradición cultural impregnada en muchas de las personas de su generación;
¿qué podría pensar mi abuelo si la viera haciendo vida normal y disfrutando de la vida como si nada hubiera pasado?
Culturalmente, hemos recibido tan poca educación acerca de cómo gestionar la muerte, que seguimos teniendo muy poca consciencia sobre ello y en muchas ocasiones seguimos adaptando costumbres de hace siglos para llevar a cabo el “duelo”; cuyo mismo término hace referencia a batalla o combate, dándonos a entender que se abre un periodo de pena y “lucha contra la muerte o el dolor”.
En la biblia; ya aparecían periodos de luto de meses e incluso de toda la vida, popularizándose como costumbre tras el inicio del imperio romano en el 27 aC.
En las costumbres del pueblo de Israel; hacían trizas sus vestidos, se rasuraban la barba y el pelo, practicaban el ayuno e incluso se llegaban a autolesionar.
En Esparta; el luto duraba once días y el día doce se sacrificaba un animal. Estaba prohibido llorar públicamente por los difuntos, pero se permitía llevar como signo de luto trajes lúgubres.
En Atenas; la mayor prueba de dolor era cortarse el cabello sobre los sepulcros de las personas por quienes derramaban lágrimas, así como cortar las crines de sus animales.
En Roma; la viuda que estando de luto se casaba con otro hombre, era calificada como infame, al contrario que los hombres , que sin embargo, podían tomar una mujer cuando quisieran.
En España; el luto vistiendo de negro se decretó como oficial tras la muerte del príncipe de Asturias (Juan de Aragón), hijo de los Reyes Católicos en 1497.
Y desde entonces, y hasta hace muy poco, el ligero desarrollo cultural de los españoles, los cuales no sabían ni leer ni escribir a menos que pertenecieran al clero o a la nobleza, ha venido muy marcado por las directrices de la Iglesia y muy valorado y enjuiciado por los vecinos, que ya ponían de su parte para señalarte con el dedo si no cumplías con un severo duelo equivalente a la propia muerte en vida.
Hoy día, este tipo de costumbres se van suavizando cada vez más, pero no el dolor, ni la manera que tenemos de llevar la pérdida.
Y es que, con este panorama,
¿cómo vamos a ver algún beneficio tras la muerte de alguien a quien queremos?
Pues, para eso estamos aquí hoy. Para avanzar un poquito más en este ámbito de la vida que parece que tenemos encerrado bajo llave, y que parece que si no lo gestionamos con pena y sufrimiento, que no queremos a la persona que se marcha y que mereceremos ser castigados con el dedo “medidor” de los demás.
¿Qué beneficio podemos encontrar en la pérdida de alguien?
Aparentemente no parece fácil encontrar una respuesta positiva a esta pregunta. No obstante, te animo a contemplar esta cuestión desde una perspectiva diferente.
El mayor de los beneficios que podemos obtener en la vida es la felicidad. Si somos felices significa que estamos en paz; estado que solo alcanzamos cuando no nos visita el sufrimiento; cuando las cosas están bien para nosotros.
¿Y de qué depende que las cosas estén bien para nosotros?
Depende únicamente de que las percibamos y sintamos como tal.
Depende totalmente de nuestra manera de gestionarlo.
En el caso de la muerte, algo de lo que habitualmente nos cuesta hablar en nuestra cultura, y que sigue siendo tabú en una gran parte de nuestros entornos, el mayor de los consuelos lo vas a encontrar en el empleo de la mayor baza que la naturaleza nos ha proporcionado; la razón.
Recurre a ella para tratar de comprender realmente, y no únicamente decirlo, que la muerte es un fenómeno natural y esencial para la vida, pues la única condición indispensable del nacer, es el morir. Y no aceptarlo con calma y naturalidad, tendrá como consecuencia la visita de la frustración, la rabia y la pena. Inquilinos que si llegan a ponerse cómodos en su nueva morada, puede que cueste mucho que se marchen después.
Recibamos las cosas inevitables de la vida y naturales a ésta con calma y serenidad.
Al igual que sabemos que:
la única constante en la vida es el cambio;
la única condición inalterable del nacer, es el morir.
Es el peaje que debemos pagar por semejante regalo, gracias al cual, cuando conseguimos alcanzar plena consciencia sobre ello, la vida se vuelve más bella. Pues su inherente fugacidad, y su innegable destino, constituyen el mejor de los recordatorios e incluso deber, para VIVIR con alegría y vitalidad cada día, cada amanecer, cada tropezón en el camino, cada muestra de cariño, cada nuevo aprendizaje…
Tras la marcha de esa persona, ¡hagamos de la muerte algo bonito! Intentemos dejar la pena y el dolor a un lado y ¡celebremos su vida! Recordemos con frecuencia todo lo que nos ha dado y se ha entregado a nosotros mientras vivía. Recordemos toda la felicidad y bien que esa persona nos ha regalado y demos GRACIAS por haber compartido camino juntos.
2 comentarios en «Cómo afrontar la pérdida de un ser querido. Una perspectiva diferente. (#95)»
Gracias!!!
Espero que te haya aportado amigo.
Te mando un fuerte abrazo 🙂