Una gran mayoría de personas parece levantarse cada día con deseos nuevos y ganas de cambiar de propósito.
Lo que unas veces hacemos en exceso, otras por defecto. Y lo que añoramos en alguna ocasión, cuando lo tenemos, ya no lo queremos tanto;
“Quiero viajar, siempre estoy haciendo lo mismo en los mismos sitios y con la misma gente”, y al rato; “no, ya no quiero viajar tanto, me apetece más la tranquilidad de instalarme en un sitio.”
O a ver si te suena esta:
“Qué ganas tengo de encontrar pareja…” – y al encontrarla – “Bff… cómo echo de menos la libertad de la soltería…”
“Ahora tengo poco y no me vale. Ahora tengo mucho y tampoco.“
Nuestra mente caprichosa en la mayoría de los casos está programada para ver el vaso medio vacío en vez de medio lleno, y por ende, a encontrar la necesidad que no hemos paliado aún. Y si no hay necesidad de nada; pues la crea.
Para poner orden en este descontrol emocional y racional que no conduce a nada agradable, necesitamos ser conscientes de ello y adoptar como hábito examinar nuestros pensamientos y sentimientos de manera continua.
Preguntémonos ante cada situación:
¿Por qué estoy sintiendo esto? ¿Por qué me asaltan este tipo de pensamientos?
Este examen personal continuo es un camino tan necesario como enriquecedor en el viaje del desarrollo y crecimiento personal, y esencial para llevar una vida plena y en paz. Constituye además una de las prácticas meditativas más potentes que puedes realizar, pues el gobernarse a uno mismo pasa por el conocer primero, y el dominar después lo que ocurre en nuestro interior.
Al igual que el perrito no para de ladrar por una falta de adiestramiento, nuestra mente no parará de producir ruido innecesario si no la domesticamos.
Mientras en nuestra mente halla monos brincando y sacudiendo todo, será difícil encontrar reposo.
Como diría Ramana Maharshi (1879-1950), uno de los maestros espirituales hinduistas más influyentes del siglo XX:
“Someter la mente es meditación.”
Son admirables y ejemplares aquellas personas cuyas acciones y reacciones van acompañadas de serenidad, templanza y ecuanimidad, sin importar lo que les esté cayendo encima, y que siempre se comportan como una misma; haciendo uso y mostrando los mismos valores y principios, lejos de disfrazarse cada día con la máscara más oportuna para la situación.
Exígete siempre que los demás puedan reconocer tus principios en cada una de tus acciones.
Sé amable con los amigos, moderado con los que te ofenden. Sin mancha en tus negocios. Paciente en las cosas que deben tolerarse y prudente en las que deben hacerse. Muestra generosidad cuando haya que dar y disciplina cuando haya que trabajar.
Que nadie te pueda oír maldecir las vicisitudes de la vida ni lamentar tu situación.
Que te eleves tanto como persona que atraigas a los demás. Que te muestres inalterable ante lo inesperado y que tu bondad se vuelva un hábito.
“Que nos admiren por lo que somos y no por lo que tenemos.”