Desde que nació, su vida había transcurrido prácticamente sin darse cuenta. Desde donde alcanzaba a recordar, había dependido completamente de los cuidados que recibía.
Nunca le había faltado de nada; comida, bebida, un techo bajo el que estar caliente, incluso amor, aunque no tanto como al principio. Cada año notaba que le era más indiferente a los demás, pero prefería no pensarlo.
En realidad, prefería no pensar mucho en nada. ¿Para qué? Aunque hacía casi lo mismo todos los días, apenas tenía que invertir esfuerzo en ello, y tenía al alcance todo lo necesario. Llevaba una vida tranquila y aparentemente segura. ¿Para qué cambiar las cosas? Estaba bien así.
Al fin y al cabo, tampoco se esperaba mucho más de él. Era un perro cualquiera.
Sin embargo, para su sorpresa y sin ninguna explicación previa, una mañana y de manera inesperada fue atado a una carreta al igual que dos fuertes caballos.
Estos iniciaron la marcha, algo que a nuestro protagonista no le apetecía absolutamente nada, ya que no veía necesidad alguna de ello. Casi de inmediato se percató de que debía decidir rápido entre dos opciones;
Podía iniciar la marcha por sí mismo y mantener el ritmo moderado de los caballos, lo que aunque posiblemente le llegara a fatigar en algún momento, a priori, parecía asequible incluso para un perrete holgazán como él. Incluso podría llegar a disfrutar de la ruta si se lo propusiese, fuera como fuera el camino.
O, por otro lado, podría negarse a moverse, ya que no le apetecía lo más mínimo, pues podría seguir tirado en el suelo, echándose la siesta o escuchando los nuevos cotilleos de los vecinos.
Sin embargo, nuestro querido perrete, rápido se dio cuenta, de que hiciese lo que hiciese, a menos que alguien le soltara la cuerda que le habían atado al cuello, que no tenía mucha pinta, se acabaría desplazando por las buenas o por las malas, pues su peso no era lastre alguno para los potentes caballos.
Si el perro eligiese la primera opción, podría llegar a tener un viaje gratificante e incluso placentero, disfrutando del camino. Pero si eligiese la segunda, inevitablemente sufriría dolor, frustración y daño al ser arrastrado durante un largo e incierto camino.
En la primera parte del cuento, y a pesar del título de la meditación de hoy, quizás has podido llegar a pensar que te estaba relatando la vida de alguna persona. Lo he hecho adrede, para hacerte reflexionar acerca de lo triste que es el hecho de que con las capacidades superiores que tenemos respecto a los demás animales, en demasiadas ocasiones nuestra vida pase sin más méritos que los de una ameba.
En tu caso, me tranquiliza saber que estás aquí y que tienes inquietudes y hambre por saber, por cultivarte y por desarrollarte.
En la segunda parte de la historia, volvemos a hacer alusión al concepto de Amor Fati; aceptar y querer lo que ocurre, aunque nuestro camino sea incierto, nos guarde sorpresas inesperadas y desconozcamos el tiempo y recorrido del viaje.
Se te presente lo que se te presente en la vida, si quieres gozar de paz mental, entusiasmo y disfrutar todo lo posible del camino. Acepta y desea las cosas como son, y haz lo que esté en tu mano para que el viaje sea lo más llevadero y agradable posible.
Epicteto (55-135 dC), quien nació como esclavo y uno de los mayores ejemplos de Amor Fati, nos legó citas como las siguientes:
“No te empeñes en que las cosas sucedan como deseas. En su lugar, desea mejor que las cosas sucedan como suceden y tu vida fluirá apaciblemente.”
“Solo hay una manera de alcanzar la felicidad y es dejar de preocuparse por cosas que están más allá del poder de nuestra voluntad.“