Era su primer día en la clínica. María había llegado un poco antes de la hora, pues no quería perder la oportunidad de aprovechar el examen oftalmológico gratuito, así que le invitaron a esperar en la sala de espera hasta que fuera su turno.
A los pocos minutos, un pitido proveniente de la megafonía de la clínica se escuchó en toda la sala. Seguidamente, todas las personas que estaban allí sentadas se levantaron volviendo a sentarse de inmediato.
María, desde su asiento, observaba sorprendida sin saber por qué aquellas personas se habían puesto de pie, pues ella no había recibido ningún tipo de instrucción sobre ello.
En los siguientes minutos, el pitido sigue sonando repetidamente, consiguiendo que las personas allí esperando se levanten al unísono cada vez que lo oyen.
Aunque esto escapa al entendimiento de María, su mente está comenzando a interpretar que debería de repetir lo mismo que está presenciando a los demás.
Al siguiente pitido, y aún sin saber porque´, María comienza a formar parte del colectivo levantándose de su asiento al igual que los demás, patrón que continúa repitiendo sin cuestionarse de ese momento en adelante, adaptándose al comportamiento del grupo.
Nuestra protagonista, sin saberlo, está formando parte de un experimento de cámara oculta, en la que todas las personas que le rodean son actores. Sin embargo, poco a poco los actores son llamados a consulta quedando la sala progresivamente vacía, pero llenándose a su vez por nuevas personas como María que llegan a la clínica, desconocedoras por completo de lo que está ocurriendo allí.
Sin embargo, cada una de estas personas víctimas del experimento, pasan por el mismo proceso; observan con sorpresa el comportamiento de los demás, y tras varios pitidos, comienzan a formar parte del movimiento sin llegar a entender porqué lo hacen.
*A continuación puedes ver el video del experimento:
Este experimento nos hace ver la facilidad que tenemos de repetir lo que vemos, en la mayoría de ocasiones sin cuestionarnos el porqué. En ocasiones, tendremos suerte y repetiremos algo favorable para nosotros y los que nos rodean, mientras que en otras, no tanto.
Para los estoicos, cuyo lema era “vivir acorde a la naturaleza” y por tanto, como seres racionales, desarrollar nuestra razón para gobernar nuestros deseos e impulsos y no al revés, así como forjar un fuerte carácter era esencial.
Contemplaban el carácter como rasgo esencial para nuestra evolución como humanos y para nuestro desarrollo psicológico a la hora de forjar nuestra identidad personal.
Un carácter, que nos guiara con sabiduría tanto en las situaciones más agradables, como en las más adversas. Un carácter que templara nuestro instinto y emociones.
Es cierto, que en pos de la evolución, o mejor dicho, de la “supervivencia”, la naturaleza nos ha dotado de estructuras como las neuronas espejo o mecanismos automáticos de acción rápida como el sesgo cognitivo de arrastre, que nos predispone a imitar o realizar sin pensar lo mismo que vemos a nuestros iguales, con el objetivo de sentirnos aceptados en el grupo, o en el pasado, de comenzar la huida ante un posible animal que viniera a atacarnos antes de que fuera demasiado tarde.
Entender el porqué de nuestro comportamiento, conociendo estos mecanismos automáticos inherentes a nuestra naturaleza, nos permitirá gobernarnos de manera más favorable y llevar a cabo mejores acciones.
Cuestiónatelo todo, y construye cada día un principio rector más fuerte que te guíe en cada uno de tus actos y pensamientos, sin importar lo que piensen, digan y hagan los demás.
“Todo lo haré con arreglo a mi conciencia y nada por la opinión de los demás”.
Séneca (3-65 dC)
“Llamo sabio al hombre que está dominado por él”.
Séneca (3-65 dC)