Alejandro Magno, el gran conquistador, dominó prácticamente todo el territorio y culturas desde la floreciente Grecia hasta la exótica India.
Sin embargo, no fue capaz de dominarse asimismo para evitar matar a un amigo bajo los efectos de la embriaguez o para no hundirse en las tinieblas al perder a otro.
Vencedor de tantos reyes y pueblos, sucumbió sin embargo ante su tristeza; pues había obrado para tener bajo su dominio todas las cosas y reinos antes que sus propias pasiones e impulsos.
De cuán grandes errores se ven cautivas las personas que desean extender su influencia más allá, o que buscan sentirse más felices tratando de reunir más poder, más dinero, más bienes materiales, sin darse cuenta de que el mayor poder de todos es el de gobernarse a uno mismo; que el mayor poder de todos es el de desarrollar la verdadera fortaleza;
Aquella igual a una fortificación inexpugnable por la flaqueza humana, de la que el que se ha rodeado, permanece seguro en el asedio de la vida.
Como toda gran obra, requiere tiempo, constancia y buen hacer. Tendrás que construirla poco a poco, colocando ladrillo a ladrillo a diario, hasta que sus murallas sean tan altas y robustas como necesites para garantizar tu paz mental y felicidad.
Y una vez construida, no habrá azar, ni ofensa, ni evento inesperado que puedan franquearla sin tu permiso.
Nos dicen los sabios estoicos que meditar cada día sobre las posibles situaciones inesperadas antes de experimentarlas es el mejor de los materiales para levantar esos muros.
La meditación; práctica diaria que nos sirve de guía para vivir con justicia y sabiduría, mirando por el bien ajeno y exigiendo que ésta se lleve a cabo de forma desinteresada y sin esperar galardón alguno, pues lo más elevado se encuentra en la persona justa.
“El dominarse asimismo es el más grande de los imperios. Quien practica la filosofía llega a ser fuerte de espíritu, lleno de confianza, invencible y se agranda al acercarse uno a él.”
Séneca (3-65 dC)