Se cree que Zenón de Citio (336-264 aC), el fundador del estoicismo, durante sus décadas de enseñanza bajo la Stoá Poikilè; el pórtico pintado al noroeste del ágora de Atenas que daría nombre a su filosofía, tenía muy poca paciencia con los perezosos o aquellos portadores de un gran ego.
Trataba de que sus alumnos fueran atentos, humildes y curiosos. Por lo que cuando alguno aparecía haciendo gala de un ego inflado, pronto pasaría por una serie de pruebas asignadas por el mismo Zenón que le harían o bien suavizarlo o abandonar.
Cuando alguno de sus jóvenes seguidores comenzaba a atraer a muchos admiradores, Zenón le ordenaba raparse la cabeza para poner a prueba su gestión del “qué dirán”. Cuentan los escritos, que en una ocasión un apuesto y adinerado joven procedente de Rodas, le suplicó al chipriota formar parte de su escuela.
Este le recordaba tanto a su juventud, que conocía muy bien sus faltas y necesidades, por lo que desde un principio, trató de hacerle pasar por un proceso similar al que él mismo experimentó en sus primeros años como alumno del maestro Crates de Tebas, en los que era humillado llevando una olla de lentejas (“considerada comida de pobres”) por las zonas más ricas de la ciudad.
El joven adinerado, aspirante a estudiante de Zenón era ordenado sentarse con sus impolutas y sus suntuosas vestimentas en los lugares más sucios y polvorientos, así como realizar otras pequeñas tareas para ponerle a prueba como abrazar a los mendigos de la ciudad, lo que le hizo abandonar directamente.
El padre del estoicismo consideraba el ego como uno de los mayores obstáculos del aprendizaje, y por ello, trataba de ayudar a sus alumnos a dominarlo con urgencia. Los sabios clásicos del pasado eran muy conscientes de ello. Según el historiador Diógenes Laercio (180-240 dC), Heráclito llamaba al amor propio; “mal del corazón, al que la vista y apariencias engañan”.
Incluso si viajamos más de veinte siglos después de Heráclito hasta el Romanticismo, movimiento cultural originado en el siglo XVIII y que proporciona gran importancia al individuo y a la exaltación del yo, alguno de sus principales contribuyentes como Johann Wolfgang von Goethe, nos dejan citas como la siguiente:
«Es un gran error creerse más de lo que uno es».
Goethe (1749-1832)
¿Cómo puedes saber quién eres si te niegas a reconocer tus debilidades?
¿Cómo vas a crecer como persona si no te abres ni a ti mismo?
¿Cómo vas a vivir con plenitud y paz si no te atreves a bucear en las profundidades de tu ser?
No temas evaluarte por miedo a ser consciente de tus faltas.
Cultivemos la habilidad para juzgarnos y autoexaminarnos de manera precisa, como si fuéramos meticulosos cirujanos en busca de tejido infectado por el tumor. Para liberar todo tu potencial, primero tendrás que identificar tus limitantes y deshacerte de ellos.
A menudo, nuestra percepción es distorsionada por sentidos descontrolados y emociones exageradas, y por ello, es necesario dedicar tiempo a este examen personal, para evitar actuar con rapidez y de forma inadecuada
“La vanidad y los delirios de grandeza, no solo son rasgos muy molestos de la personalidad. El ego es algo más que un simple engaño y un fastidio. Es el enemigo absoluto de nuestra capacidad para aprender y crecer”.
Ryan Holiday (1987)