Cicerón (106-43 aC), uno de los genios del siglo I aC en Occidente, no era estoico, pero sin embargo, eligió su escuela para formarse durante muchos años bajo la tutela de Posidonio.
Sería sobre los estoicos cuando escribiría en su obra “Cuestiones Tusculaneas” al decir que “son los únicos filósofos verdaderos”. Y sería posible gracias a Cicerón, que gran parte del conocimiento actual que tenemos sobre ellos haya llegado a nuestros días.
El fuerte sentido del deber y la ética que le inculcaron en la Stoa Poikilé, le impulsarían a llevar una vida acorde a estas doctrinas, convirtiéndose en uno de los abogados de mayor renombre de la época.
Sin embargo, este talentoso romano, no solamente aprendería de los filósofos del Pórtico Pintado de Atenas, sino que se empaparía además del conocimiento de platónicos, peripatéticos, epicúreos y escépticos. Estudiaría y escribiría sobre todos ellos, comparando lo mejor y lo más enriquecedor de cada escuela.
De esta forma, comenzaría a coger fuerza el eclecticismo, enfoque filosófico del que Cicerón llegaría a ser uno de los principales exponentes.
El eclecticismo viene del término griego “Eklegein” que significa “seleccionar”, o “recoger”. Este nuevo enfoque filosófico iniciado en Grecia en el siglo II aC por Empédocles y Anaxágoras, filósofos ambos pertenecientes a diferentes corrientes, pero que perseguían un objetivo en común:
Hallar luz en medio de todo el ruido y confusión producido por los enfrentamientos y diferencias entre las distintas y variadas escuelas filosóficas.
El eclecticismo buscaba recopilar y sintetizar lo mejor de cada casa, para alcanzar un punto intermedio en el que clarificar el mejor y más útil de los conocimientos producto de las personas más sabias hasta entonces, empleando para ello, las dos mejores herramientas posibles: la razón y la experiencia.
El eclecticismo nos recuerda a la Mentalidad Shoshin del budismo zen, de la que hablábamos en episodios anteriores…
Esa mentalidad de principiante, de aprendiz continuo, donde se abre la mente, se encierran los juicios, se escucha, se practica la tolerancia hacia lo diferente. se comparte y se persigue un único destino:
EL CONOCIMIENTO
El eclecticismo, como cualquier otra perspectiva filosófica, trataba de proporcionar una guía para la vida, de una de las maneras más sabias y enriquecedoras;
Escuchando en vez de imponiendo, y uniendo en lugar de separando.
Denis Diderot (1713-1784), figura clave en la Ilustración, y desarrollador de la “teoría de la sensibilidad universal”, definía a una persona ecléctica como:
Aquel que deja de lado el prejuicio, la tradición, lo antiguo, el consenso universal y la autoridad –en pocas palabras, todo lo que subyuga el entendimiento– y se atreve a pensar por sí mismo.
El pensamiento ecléctico también se ve muy bien reflejado en la popular cita del escritor y filósofo americano del siglo XIX Ralph Waldo Emerson, que decía algo como:
“Todas las personas que conozco son superiores a mí en algún sentido. En ese sentido, aprendo de ellas”.
Ralph Waldo Emerson (1803-1882)
Gracias a esta perspectiva unificadora y conciliadora, desde sus inicios, los eclécticos han aprovechado lo mejor de cada filosofía y religión para guiar sus actos y los de los demás hacia una vida más plena, fructífera y feliz.
En España, encontramos un representante del eclecticismo muy singular, cuyos actos hablan por sí solos de las virtudes y bondades de esta apertura de miras.
¿Imaginas a un monje benedictino del siglo XVII siendo la principal figura de la primera Ilustración española?
Pues si, y no se queda ahí. El monje católico Benito Jerónimo Feijoo (1676-1764), maestro general de su orden, quien desde joven renunció a los bienes materiales de su familia para dedicarse al estudio, fue a su vez el artífice del primer tratado del feminismo español; el discurso titulado “Defensa de las mujeres”.
Sus obras principales; “Teatro crítico universal ” y las “Cartas eruditas y curiosas“, fueron probablemente las obras más impresas y leídas en la España del siglo XVIII, donde aprovechaba para clamar con orgullo:
Yo, ciudadano libre de la República de las Letras, ni esclavo de Aristóteles ni aliado de sus enemigos, escucharé siempre con preferencia a toda autoridad privada lo que me dictaren la experiencia y la razón.
Benito Jerónimo Feijoo (1676-1764)
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