Aprender, aplicar. Seguir aprendiendo y seguir mejorando la práctica a través de los errores.
Aquellos primeros siglos antes de Cristo, era demasiado pronto para que Eric Ries hubiera publicado su best seller “el método Lean Startup”, donde se muestra el bucle a llevar a cabo de manera indefinida para sacar adelante cualquier proyecto con éxito, basado en;
Crear. Testear lo creado.
Analizar la información obtenida y volver a crear para mejorar lo creado.
Aunque Eric Ries lo oriente al mundo del emprendimiento, y como los estoicos ya tenían claro, deberíamos de llevar acabo ese “modus operandi” en todos los ámbitos de nuestra vida; con nuestro crecimiento personal, relaciones personales, educación de los hijos, trabajo,…
Viajar por la vida con una mentalidad de principiante, siendo conscientes de lo mucho que queda por aprender y mejorar, con una actitud de apertura ante todo lo que nos encontremos y pueda venir. Con entusiasmo y sin ideas preconcebidas limitantes.
Esto es lo que en el budismo zen y artes marciales japonesas se conoce como Mentalidad Shoshin, que constituye a su vez el estandarte de otras filosofías como el estoicismo, y forma parte del ADN de las personas que se comen la vida a bocados cada día, que avanzan, que crean, que aportan y nos hacen mejores a todos
Este es el camino estoico.
Panecio de Rodas (185-110 aC), líder de la Stoa Poikilé en el siglo II aC, fue uno de los principales responsables de que el estoicismo se expandiera a Roma en su etapa de florecimiento.
Al contrario que sus predecesores, que pasaron la mayor parte de su vida en Atenas escribiendo y enseñando, Panecio viajó por todo el Mediterráneo y más allá.
Su mente abierta, avidez por cultivarse y sentido del deber, consiguieron llamar la atención de uno de los generales más prestigiosos de la época por sus campañas en Cartago e Hispania; Escipión Emiliano, quien cuanto más le conocía, más tenía claro que debía de tenerle cerca.
Al poco, Escipión nombraría a Panecio su consejero personal, y trataría de tenerle cerca tanto a la hora de tomar importantes decisiones en embajadas decisivas, como para culturizarse y cultivar su sabiduría en su tiempo libre, dando lugar al popular “Círculo de los Escipiones”, selecto grupo formado por algunas de las principales mentes de la época.
Ilustres artistas, influyentes políticos y el mismo Escipión acudían para aprender de la sabiduría estoica de Panecio, quien les influiría significativamente y gracias al cual, el “Círculo de los Escipiones” se convertiría en el principal foco de entrada de la cultura griega a la floreciente Roma.
Una de los principales rasgos que diferenciaban a Panecio sobre otros, era su fuerte sentido del deber. Para él, cada ser humano tenía su prósopon, lo que podríamos traducir del griego como personaje o rol, y con ello, un deber.
“Sean cuales sean los talentos que la naturaleza te ha proporcionado, tu deber es desarrollarlos y aportar al bien común de la mejor manera que puedas”.
Panecio de Rodas (185-110 aC)
Tenía muy presente las enseñanzas de su maestro Diógenes de Babilonia (230-140 aC), el primero en sembrar la semilla estoica en el Senado romano, cuando fue enviado con éxito por Grecia en el 155 aC, como mejor recurso para evitar el gran tributo que Roma le había impuesto por invadir Oropos.
Ambos contemplaban la vida como un proceso de trabajo constante para alcanzar la virtud; para ser mejores, para desarrollarnos y aportar al bien común.
Panecio advertía que cuatro eran los niveles en los debíamos de llevar esto a cabo y cumplir con nuestra obligación;
1) el deber común a todos los humanos;
2) el deber único a cada persona;
3) el deber relativo a nuestra familia y profesión;
4) y aquellos deberes fruto del compromiso por nuestros actos y decisiones.
Los actos de cualquier persona virtuosa debían ir encaminados a satisfacer estos cuatro niveles; tus obligaciones como persona, ciudadano, pareja, padre, y trabajador o responsable de tu negocio.
Y para lograrlo, instaba a convertir en un hábito la reflexión sobre lo que es importante para nosotros y para los demás, tratando de encontrar la mejor manera de conseguirlo.
“La facilidad nos cautiva. La dificultad nos incita a la lucha. Así pues, conscientes de nuestra debilidad, permanezcamos tranquilos y no entreguemos nuestra alma débil al vino, ni a la belleza, ni a la adulación, ni a ninguna de las cosas que nos vuelven blandos frente a su atracción”.
Panecio de Rodas
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