9 de octubre de 2012. Era por la tarde en Swat, un distrito de Pakistán.
Como cada día al acabar la escuela, una brillante niña de carácter excepcional llamada Malala subía al autobús. A pesar de tener tan solo 15 años, los últimos tiempos para ella y su familia no habían sido nada fáciles, desde que a sus 11 años comenzara a escribir de manera anónima para la prestigiosa cadena de televisión y radio británica BBC, denunciando la tremenda represión que los talibanes ejercían sobre las mujeres, y resaltando la prohibición a las niñas de ir a la escuela.
Desde la llegada de estos al poder, cuya traducción del árabe pastún es “estudiantes religiosos”, las mujeres verían anulados prácticamente todos sus derechos; se verían obligadas a llevar burka públicamente, no se les permitiría trabajar ni recibir educación después de los ocho años, siendo posible hasta entonces únicamente el estudio del Corán. No se les permitiría ser atendidas por médicos de sexo masculino si no eran acompañadas por un hombre, lo que conduciría a que muchas enfermedades no fuesen tratadas. Se enfrentarían a la flagelación pública en la calle y a la ejecución pública por incumplimiento de las leyes talibanes.
Sin embargo, Malala quería cambiar las cosas, y todo eso comenzaba con el sueño de que las niñas pudieran ir libremente a la escuela.
Aquella tarde, como cualquier otra tras salir de clase, Malala observaba el comportamiento de los viandantes desde su asiento como le gustaba hacer siempre de camino a casa .
De repente, un hombre que acaba de subir al autobús preguntó por ella. Las personas que la acompañan dirigieron sus miradas hacia ella, sin darse cuenta del peligro ante el que se encontraba. Sin mediar palabra, el hombre se dirigió hacia ella con paso firme, sacó una pistola de su bolsillo, apuntó a su cabeza y disparó tres veces.
Tras interminables días de cuidados intensivos en el hospital, finalmente Malala despertó y poco a poco fue iniciando su recuperación, tras la cual retomaría su lucha en pro de los derechos de las mujeres en Pakistán y del mundo entero. En 2014, a los 17 años, recibía el Nobel de la Paz, convirtiéndose en la persona más joven de la historia en recibir ese galardón en cualquiera de sus categorías.
A día de hoy, Malala y su familia continúan amenazados de muerte en su país, lo que no impide que su voz se levante cada vez con más fuerza. En una conferencia posterior comentaba:
“Yo soy una de esas 66 millones de chicas a las que se les priva de una educación. No soy solo una voz. Soy muchas. Y nuestras voces son nuestras armas más poderosas. […] Un niño, un profesor, un libro y un bolígrafo pueden cambiar el mundo”.
Tras reflexionar sobre el camino de Malala, aparece en mi mente la siguiente cita estoica;
“Lo que está mal está mal aunque todo el mundo lo haga. Lo que está bien está bien aunque nadie lo lleve a la práctica”.
Esta cita y lo vivido por Malala ilustran claramente lo que los estoicos consideraban que era el fin último de nuestra vida; ¿el para qué? ¿el cómo orientar nuestros actos? De manera que vivamos de una manera que la vida merezca ser vivida.
Este “para qué” consistía en vivir con virtud, una idea que sería descrita previamente por Sócrates e integrada más tarde por los estoicos, como vía única para alcanzar la “felicidad”, denominada por ellos como eudaimonia.
Vivir acorde a la virtud o areté (en griego), traducible también como excelencia, o como conjunto de acciones que te permiten desarrollar tu potencial, consiste en vivir desarrollando en nuestro día a día las cuatro virtudes cardinales, rasgos del carácter estrechamente relacionados entre sí: sabiduría, valor, templanza y justicia.
- La SABIDURÍA nos guía para tomar decisiones correctas y actuar con ética.
- El VALOR nos permite actuar con sabiduría incluso ante circunstancias adversas.
- La TEMPLANZA nos ayuda a controlar nuestros deseos y nuestras impulsos.
- Y la JUSTICIA nos recuerda tratar a los demás con dignidad, igualdad e imparcialidad.
Vale, ¿y para qué debemos de tener todo esto en cuenta?
Como ya mencionábamos anteriormente, y como nos recuerda el doctor en genética, biología y filosofía Massimo Piggliuci, escritor del libro “Cómo ser un estoico”:
“Al final, el objetivo de la vida consiste en vivirla bien”.
Y nada mejor para ello que crear en nosotros un fuerte principio rector (como le gustaba llamarlo Marco Aurelio) que nos guíe con excelencia en cada una de nuestras situaciones diarias.
Personas como Malala y su familia, son un ejemplo extremo de actuar con virtud que te puede inspirar para afrontar con el mismo ímpetu las situaciones de mucha menor gravedad que enfrentamos a diario.
A día de hoy, esta familia pakistaní sigue arriesgando desde el exilio, lo más valioso que tiene; su vida, por un bien colectivo superior, por unos derechos que en su país han sido abolidos y que están penados con la muerte.
“Me dispararon en la parte izquierda de mi cabeza. Pensaban que con una bala nos silenciarían. Pero sigo siendo la misma Malala. […] Yo elegí esta vida, y debo continuarla”.
Malala Yousafzai (1997)