Una de las mejores formas de definir el comportamiento de una persona estoica sería:
“Tener sin desear. Disfrutar sin necesitar”.
Un buen ejemplo de ello lo encontramos en Crisipo de Solos (279-206 aC), de quien se decía…
“Crisipo es a la lógica, como Homero a la poesía”
A la muerte de Cleantes en el 230 aC, Crisipo quedaba al mando de la escuela estoica en el Pórtico Pintado, encargándose de sistematizar y clarificar todo el conocimiento que sus maestros estoicos habían ido acumulando con el paso de los años.
La expresión antigua; “Si no hubiera habido Crisipo, no hubiera habido Stoa”, nos hace conocedores de la gran labor de desarrollo del estoicismo que éste desempeñó.
Autor, según Diógenes Laercio, de más de 700 volúmenes, muchos de ellos tratando sobre Lógica, dejando espacio también para paradojas como el argumento del mentiroso o paradoja de Epiménides.
Esta curiosa paradoja del poeta y filósofo del siglo VI aC, afirmaba que “todos los cretenses son unos mentirosos”, siendo él mismo cretense… Por lo que… si él también es un mentiroso… ¿está diciendo la verdad al afirmar que todos los cretenses son unos mentirosos?
Pero bueno, eso da para otro podcast… Volviendo a nuestra historia de hoy;
Crisipo, tenía la mente más abierta que sus predecesores y sus acciones lo demostraron, siendo el primer maestro estoico en enseñar fuera de la Stoa, saliendo a impartir el estoicismo a espacios más grandes como el Odeón, e incluso llegando a enseñar en “terreno enemigo”, como en el Liceo aristotélico a los peripatéticos o a los platónicos en la Academia.
Era muy consciente de la importancia de conocer bien al contrario. Idea que ya habría inmortalizado unos siglos antes en China, el respetado general y filósofo Sun Tzu (544-470 aC), en su conocida obra el Arte de la Guerra, donde entre enseñanzas de estrategia bélica y apuntes que demuestran una enorme inteligencia emocional, encontramos citas como;
“Permanece cerca de los amigos, y más cerca aún de los enemigos”.
Sun Tzu (544-470 aC)
Su naturaleza competitiva, acrecentada por los largos años compitiendo como corredor, favorecían que Crisipo, sintiera un enorme interés por aprender las doctrinas de las otras escuelas filosóficas. Pues era consciente de que aunque en muchas ocasiones no fuera de su interés, ese conocimiento le permitiría identificar sus puntos débiles, creando al mismo tiempo una defensa infranqueable que le sería de gran utilidad a la hora de protegerse ante los frecuentes ataques que la escuela estoica recibía por parte de las demás.
“No hay mejor manera de fortalecer tu defensa que aprender el ataque de tu oponente”.
Humilde, amante del trabajo y de cultivar la virtud a diario, pasaría largas horas cada día, escribiendo sus enseñanzas y aprendizajes en su humilde escritorio, rechazando hasta invitaciones de reyes por alejarle de su trabajo, y siendo rara la vez que abandonaba su casa para otra cosa que no fuera enseñar o dar clase.
Y cuando excepcionalmente abandonaba su austero templo del saber y creación para asistir a alguna velada como invitado, a menudo, hacía alarde de los modales estoicos manteniendo la lengua tranquila y sosegada en sus aposentos, escuchando más que hablando y sin dejarse aletargar por el vino.
Coherente con sus principios y creencias, nunca dedicó libro alguno a ningún monarca, como tampoco aceptó el dinero de ninguno de ellos para apoyar su trabajo como mecenas, convencido de que:
“Si aceptas dinero de un rey, luego debes contentarle”.
Y Crisipo valoraba y protegía su libertad. Nadie le ordenaría o diría qué hacer en cada momento. Los únicos amos a los que serviría serían la virtud y la comunidad.
Sin duda, una persona admirable, de quien podemos aprender sobre humildad, sobre disciplina, sobre conocer a los demás, sobre trabajar con pasión y energía en aquello que creemos, y firme ejemplo de su cita:
“Un hombre sabio puede hacer uso de cualquier cosa que encuentre en su camino, pero no desea nada. Al contrario, un necio no sabe cómo utilizar nada, pero lo desea todo”.
Crisipo (279-206 aC)
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