En la vida, tanto nosotros como los demás seres, objetos e instituciones que nos rodean pertenecemos a uno de los tres siguientes grupos: lo frágil, lo robusto o lo antifrágil.
Lo frágil es perjudicado cada vez que se encuentra con un estresor. Necesita tranquilidad y un entorno estable y carente de incertidumbre. La antigua leyenda de la “Espada de Damocles” nos dibuja un buen ejemplo de ello;
El tirano siciliano Dionisio II concedió a Damocles, un cortesano muy adulador, el lujo de un opíparo banquete. Sin embargo, lo disfrutaría bajo la presencia de una afilada espada colgando directamente sobre su cabeza y sujeta únicamente por un solo pelo de cola de caballo.
Damocles se encuentra en una situación de alta fragilidad, en la que disfruta de unas condiciones de lujo y comodidad ante los ojos de todos y los suyos propios, situación que va a durar lo poco que tarda en romperse el pelo de la cola de caballo y la espada le atraviese de forma inesperada.
Al igual que el contexto en el que Dionisio II ha colocado a Damocles, en nuestra sociedad, sin darnos cuenta, estamos rodeados una gran parte de las veces por situaciones y elementos fragilistas; la deuda fragiliza la economía, la sobreprotección de los padres fragiliza a los hijos y los trabajos en teoría “estables” fragilizan al individuo, pues le acomodan y merman su crecimiento de forma progresivamente mayor hasta que su situación se ve alterada de nuevo.
El segundo grupo es lo robusto, que equivale a lo resiliente. Esta propiedad permite adaptarse de tal forma ante los estresores que no es perjudicado, pero tampoco se vuelve más fuerte.
Nos ayuda a entender este concepto la leyenda del ave Fénix, que cada vez que muere, renace de sus propias cenizas y siempre vuelve a su estado inicial. Ni mejor ni peor; el mismo.
Un ejemplo de grandísima robustez lo muestran estados o ciudades y como la histórica Biruta, el actual Beirut, que a pesar de haber sido destruida siete veces en sus cerca de 5000 años de historia, siete veces ha vuelto a renacer, habiendo quedado tras la última guerra civil, mejor que la anterior, haciendo muestra de una ejemplar antifragilidad.
Antifragilidad que nos lleva a nuestro tercer y último grupo, y en concreto, el que más nos interesa. Para entenderlo mejor vamos a recordar el mito de la hidra de Lerna.
En la mitología griega, la hidra era un ser con forma de serpiente y muchas cabezas que vivía en el lago de Lerna. Por cada cabeza que se le cortaba le crecían dos más. De esta manera, el daño que recibía la fortalecía y la volvía más invencible.
La hidra es un muy claro ejemplo de antifragilidad, pues ante la presencia de estresores, ni es perjudicada, ni mantiene su estado, sino que mejora. Lo antifrágil adora los errores y se alimenta de lo incierto e inestable, pues le hace crecer. Esta propiedad está presente en todos los sistemas y especies que han evolucionado y sobrevivido hasta nuestros días.
Las empresas y emprendedores que continuamente analizan sus puntos débiles, errores e incluso la bancarrota para mejorar en base a ello, o los músculos que se hipertrofian y producen más fuerza como adaptación al entrenamiento tras “microrromperlos”, son ejemplos de antifragilidad.
Aquí reside la clave tanto para disfrutar de la parte más divertida de la vida, como para vivir más y mejor, como para crear la mejor de las sociedades y cuidar y proteger el planeta.
La tarea consiste en hallar qué se debe hacer para mejorar las condiciones de cualquier ser, elemento o institución ante cualquier situación y estímulo. En definitiva;
… hallar qué debemos hacer para llegar al punto en el que nuestro estado mental, espiritual y físico nos permita percibir cada situación y evento inesperado como oportunidad de crecimiento.
De esta manera, la vida se vuelve mucho más atractiva, divertida y plena.
Este nuevo enfoque, implica tomar las acciones necesarias para movernos de lo frágil a lo antifrágil, pasando por la política y economía hasta el cuidado y educación de los hijos, o la conservación de la naturaleza.